miércoles, 22 de octubre de 2014

1.

La primera vez que me encontré con él tenía quince años.
Era apuesto y encantador, como se supone que debe ser el primer amor. 
Idealizado hasta la extenuación, hasta decir basta.

Perfecto, a la manera en la que yo encontraba perfecto todo aquello que estaba destinado a destruirme.
No sé que fue lo primero que me atrajo de él.
Si el color de sus ojos, o el color de su mirada; el primero, verde como ese que perfuma la hierba recién mojada. El segundo, puro y transparente. Limpio.
Nunca podré decir con exactitud que fue lo primero que me enamoró de él, porque nunca sabré expresar en ningún idioma lo que amar implica para mi.
De lo único que tengo absoluta y total certeza, es de lo que sentí la primera vez que lo vi.
Fue extraño, pues en mi interior parecían crecer flores que llevaban mariposas dentro de otras mariposas. Un cosquilleo bajo la piel, como ese que te avisa cuando estás en peligro pero que me hizo sentir justo todo lo contrario. Me hizo ver que por fin, a lo mejor, había encontrado mi casa, mi hogar.
Y no es que no lo tuviera, pero no hablo de eso.
No hablo de un edificio, comida caliente y un lugar donde dormir.
Hablo de ese sentimiento de 'pertenezco a' que hacía mucho tiempo que no notaba.

Me había roto en exceso para los pocos años que llevaba vividos. A veces, no nos pesa el tiempo, ni los años, sino los daños.
Y te aseguro que a mi ya ni me dolía. Simplemente acarreaba con ellos, como quien lleva una pesada cargar tras de sí y no pregunta ni como ni porqué, sino que la asume y la lleva consigo toda la vida.
Así me sentía yo. Derruida, pero a trozos recompuesta.
Pero entonces le conocí. Supongo que es lo que se dice.

'Estaba rota hasta que le encontré.'

Pero es cierto. Lo estaba.

Y te juro que por un fugaz y efímero momento que se prolongó años, pensé que ya no volvería a sufrir. Que había encontrado mi sitio. Que por fin, todas las piezas encajarían, y yo ya no me sentiría más como el muñeco desfasado. Como el juguete roto.
No sabes cuán equivocada estaba.
Pero no hablemos ahora de eso.

Recuerdo la primera vez que me miró. Yo era vergonzosa, como siempre suelo ser cuando alguien traspasa mi barrera, aún haciéndolo sin querer.
Recuerdo la manera en que estudió mi posición, como preguntándose porqué estaba ahí de pie, a escasos metros de distancia, mirándole con curiosidad y miedo.
Te prometo que no era la primera vez que un chico me miraba, pero sí la primera que me hacía sentir de ese modo.
El corazón se desbocó, y yo pensaba que todo aquéllo era una absoluta locura, pues ni siquiera sabía su nombre y ya tenía ese poder sobre mi. El poder de hacer que mi corazón se medio saliera de la caja torácica.
Mis amigas estaban ahí conmigo, observando también al nuevo chico del vecindario. Supuse que a todas les pareció guapo. Lo era.
Pelo oscuro, negro azabache como la noche. Ojos verdes, felinos, casi atigrados, llenos de curiosidad, pero también de secretos. Un cuerpo delgado, grácil, y una postura firme y a la vez resuelta, como quien sabe que tiene potencial pero no lo saca porque no le es necesario.
Era perfecto, y supuse que todas ellas pensarían lo mismo.
No me equivocaba.
A su paso, todo eran murmullos al estilo de 'qué guapo es', '¿te has fijado en qué culo tiene?', 'es el chico más guapo del barrio, o del pueblo', 'creo que me acercaré, y le diré que...'.
Y aunque todo lo que decían era más que evidente, yo sólo podía fijarme en la manera en la que me había mirado, y en como en ese momento, miraba al suelo como si no quisiera ver más allá.
Me sentía, una vez más, como la chica que no se detenía a comentar lo superficial, lo que a simple vista, era lo único que quedaba.
Por eso, una vez más, no compartí mis pensamientos con nadie.
Me guardé para mi todo aquéllo que en ese momento, golpeaba mi cabeza queriendo salir a la superficie.




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