jueves, 23 de octubre de 2014

3.

No podían ser más de las dos y media cuando terminé de comer y me decidí a dar un pequeño paseo por los alrededores de mi casa, simplemente por salir un poco de la monotonía que suponía comer, tirarse en la cama y no hacer nada en todo el día.
Hacía frío, pero no de ese que te cala hasta los huesos y no te deja ni respirar con normalidad.
Era un frío apacible, soportable y placentero, incluso. 
Recuerdo que aún ni había dado la vuelta a la esquina cuando le volví a ver.
Esta vez estaba sólo, y por un pequeño y efímero momento imaginé que estaba igual de perdido que yo, sin encajar en ningún sitio pero estando siempre presente. 
Aparté ese pensamiento de mi cabeza rápidamente. Alguien como él simplemente encajaba en todas partes. 
Aún no me había mirado, así que sopesé el dar la vuelta disimuladamente y volver por donde había venido. Nadie podía culparme. Ya no sólo era por vergüenza. Realmente sentía que él y yo no íbamos a tener nada en común, y no me apetecía tener que fingir ser quien no era para poder entablar una conversación con él. 
Pero entonces, como si mis pensamientos gritaran su nombre o iluminaran la calle con un '¡eh! ¡estoy aquí!', me miró. 
Estábamos relativamente cerca, a diez pequeños pasos míos; cinco, si hablábamos de él. 

Me quedé en blanco. Seguramente parecería medio boba plantada en mitad de la calle sin quitarle los ojos de encima, pero, ¿qué esperaba? 
Él comenzó a caminar hacia mi, y yo me removí, inquieta, cambiando el peso de una pierna a otra, como solía hacer cuando estaba nerviosa o intranquila. 
Me preparé para un 'hola' resuelto, sin más matices, que no dijera más de lo que en sí significaba.
Ya estaba totalmente dispuesta a que fuera una conversación corta y concisa, mera formalidad, cuando entonces...

-"¿Qué libro estabas leyendo el otro día?"

Imagínate sólo por un segundo mi cara al escucharle hablar sobre algo de lo que pensé que ni se habría percatado. Me parecía raro que se acordara de mi, ¡pero más raro aún que lo hiciera de ese momento en concreto!

-"Sentido... Sentido y sensibilidad."

El sonrió, y me dijo que no había oído hablar de el, pero que se lo apuntaría aunque el título ya de por sí adelantara una novela romántica a más no poder.
Te prometo que esa pequeña interacción sirvió para que, aún con más intensidad, yo quisiera conocerle de todas las maneras en las que se puede conocer a una persona. 
Me miraba divertido y feliz, como quien no tiene más preocupaciones y sólo vive el momento.

Casi sin darme cuenta, empezamos a caminar juntos, hablando sobre películas, libros, música, videojuegos y ciudades, como si fueran las cosas más relevantes del mundo. 
Me di cuenta de que teníamos muchas cosas en común, demasiadas. 
El no dejaba de sonreír en ningún momento, y a mi se me contagiaba esa sonrisa. 
Era demasiado bonito para ser verdad, pero ahí estaba, justo a mi lado, hablando conmigo como si nos conociéramos de toda la vida. 
Era una mezcla entre extraño y reconfortante.
Había pasado de creer que nunca tendríamos una conversación más allá del 'hola' por educación, a pasar con él una tarde entretenida y jovial. 
Nunca antes había tenido la sensación de estar en el sitio indicado, pero en ese momento, sentía que era así.
No debía estar en ningún otro sitio; no podía. Y tampoco quería.
Acabamos sentados en una pequeña pero cómoda abertura en la pared que había cerca de nuestras casas. Habíamos hablado ya de nuestros actores, cantantes y videojuegos favoritos, y ahora yo le relataba algunos de los libros que más me habían gustado desde que comencé a leer de manera ferviente.

-"El señor de los anillos es mi novela favorita. No sé si la conoces... Es una trilogía, ya han llevado al cine el primero de los tres libros."

-"Si, me gusta, pero no me entusiasma tanto como pueden hacerlo Star Wars, o Alien. Soy más de cine que de libros, aunque no me disgustan. Pero he leído más veces por obligación que por placer."

-"¿Se puede leer por obligación? Creía que eso era... Un mito."

Él parecía divertido cuando me contrariaba, y parecía saber cómo hacerme enfadar, cuando no hacía ni tres horas que habíamos empezado a conocernos.
Supongo que a veces, es así de simple.
Conoces a alguien por primera vez, pero es como si lo supieras todo de esa persona antes del primer contacto.
No sé exactamente a qué hora decidimos irnos a casa.
Él me pidió vernos al día siguiente, para seguir hablando y si me apetecía, tomar un chocolate caliente en uno de los pequeños bares que rodeaban nuestro edificio.
Le dije que sí antes de siquiera pensar si realmente quería.
Qué tontería. Claro que quería. Pero me preocupaba el hecho de no haberme planteado el decir que no.

Supongo que ya lo sabes, ¿no?
Ahí comenzó todo. Ese primer contacto.

El principio.

Inciso.

A veces, cuando me paro a recordar, me tomo mis pequeños momentos para evocar sin que duela.
No todo son recuerdos hermosos y llenos de bonitas historias que contar.
Aún queda mucho para que ahonde en ellos contigo, pero sin embargo... No puedo evitar mencionar que traer de nuevo a mi memoria todo esto me pone triste. 
Pensar en lo bello del comienzo y lo catastrófico del final.
Duele.
Pero todavía es demasiado pronto para hablar de eso.

miércoles, 22 de octubre de 2014

2.

La segunda vez que le vi, el impacto fue el mismo.
La misma sensación de que en el interior de mi estómago germinaban sin cesar mariposas cargadas de más mariposas. 
¿A caso todo aquéllo podía ser real?
¿Yo estaba realmente fantaseando ya con alguien a quién sólo había visto una vez en mi vida?
¿Eso pasaba más allá de las comedias hollywoodienses que tenían como único objetivo frustrar a la población femenina en masa?
En esos momentos no podía pensar con demasiada claridad.
Todo era nuevo para mi.

Recuerdo estar sentada en un banco de mi antiguo barrio, leyendo un libro y acompañando a mis amigas en su verborrea diaria sobre chicos, chicos, y más chicos, aunque yo más bien era una espectadora ausente que de vez en cuando se reía o hacía creer a las demás que prestaba atención.
Sólo levanté la vista del libro un momento para ponerme la capucha, pues se había levantado viento y yo odiaba (y odio) el viento, sobre todo por el poder que ejercía y ejerce sobre mi pelo.
Entonces le vi. No entiendo porqué no me había percatado de su presencia antes. Estaba justo frente a nosotras, con un grupo reducido de chicos que hablaban y bromeaban entre ellos. 
Él era, por descontado, el que más resaltaba de todos ellos.
Ya no es que lo hiciera sólo para mi. Su belleza era más que evidente. No digo que los demás chicos no fuera guapos. Lo eran, cada uno a su manera.
Pero él... Él era completamente distinto a los demás, y lo que más me atraía, era que no se daba cuenta.
Reía como uno más, y eso que a penas llevaba una semana en el barrio. Había encajado maravillosamente con todos, al igual que su hermana, que en ese momento también reía las gracias de mis amigas, y parecía hacerlo de corazón.
Su sonrisa era como magia. 
Sentía el impulso irrefrenable de reír con él, aunque no tuviera ni idea de porqué lo hacía. 
Joder. Hasta el sonido era como una fina y delicada melodía a la que un violín dudosamente le haría justicia.

A lo mejor piensas que estoy siendo algo exagerada, o que magnifico un hecho por el simple hecho de ser pomposa. Pero te aseguro que no. Te estoy hablando de la primera vez que me enamoré perdidamente, aunque en ese momento aún no lo supiera. 

Fue en ese mismo momento cuando olvidé como se respiraba. ¿Qué iba primero, expirar, inspirar?
Juro que no podía recordarlo, no en ese instante.
Cruzó su mirada con la mía, y dejé de escuchar las risas de mis amigas y las bromas de los demás chicos. Creo que dejé de oír cualquier cosa que no fuera el martilleo de mi corazón, y el sonido de la distancia infranqueable que había entre mis manos y su rostro.
Mis cinco sentidos pasaron a pertenecerle estrictamente a él.
Aún no había dejado de sonreír, si bien ahora era más una mueca simpática que una sonrisa amplia. 
Sus ojos seguían formando pequeños pliegues alrededor, signo de que seguía sonriendo de corazón.
Sin embargo, ahora me miraba a mi.
Intenté formarme una idea mental de qué debía parecerle en ese momento.
Una chica menuda, despeinada, con un chándal negro y gris y un libro en la mano, rodeada de chicas llenas de color y jovialidad. 
La viva imagen de 'no deberías estar aquí, pero estás porque es donde tienes que estar'.
Esa era yo. La metáfora andante, la chica que siempre parecía estar en el lugar que no le correspondía, pero estaba, porque era como tenía que ser.
No podía hacerme ningún tipo de ilusión. Un chico así jamás me vería como algo más que la chica simpática y amable del primero be. La pequeña Claudia, o Claudita, como solían llamarme.
La eterna amiga.
Aparte la mirada. aunque realmente era lo último que quería hacer. Dejar de mirarle. Pero me obligué, porque no quería pasarlo mal. Otra vez no.
Me esforcé muchísimo en centrar toda mi atención en el libro, en las palabras, en las frases con sentido que me habían hecho sumergirme horas y horas en lectura no obligada, que salvaba muchos de mis días y casi todas mis noches.
Pero éstas sólo daban vueltas en mi cabeza, formando frases inconexas y carentes de sentido, y supuse que se debía a que me había hecho ilusiones antes incluso de prohibírmelas.
Recuerdo que pensé que no podía ser más tonta, más estúpida. 
Tenía quince malditos años. Se supone que las chicas a esa edad sólo se preocupaban por estar guapas y por ser las más populares de la clase.
No se martirizaban por un chico del que ni siquiera sabían su nombre, ni se perdían entre las líneas de un libro para sentirse más aceptadas. 
Fue otro de los momentos en los que reafirmé que no era una chica de quince años corriente, aunque eso era algo que ya sabía desde hace mucho antes.

1.

La primera vez que me encontré con él tenía quince años.
Era apuesto y encantador, como se supone que debe ser el primer amor. 
Idealizado hasta la extenuación, hasta decir basta.

Perfecto, a la manera en la que yo encontraba perfecto todo aquello que estaba destinado a destruirme.
No sé que fue lo primero que me atrajo de él.
Si el color de sus ojos, o el color de su mirada; el primero, verde como ese que perfuma la hierba recién mojada. El segundo, puro y transparente. Limpio.
Nunca podré decir con exactitud que fue lo primero que me enamoró de él, porque nunca sabré expresar en ningún idioma lo que amar implica para mi.
De lo único que tengo absoluta y total certeza, es de lo que sentí la primera vez que lo vi.
Fue extraño, pues en mi interior parecían crecer flores que llevaban mariposas dentro de otras mariposas. Un cosquilleo bajo la piel, como ese que te avisa cuando estás en peligro pero que me hizo sentir justo todo lo contrario. Me hizo ver que por fin, a lo mejor, había encontrado mi casa, mi hogar.
Y no es que no lo tuviera, pero no hablo de eso.
No hablo de un edificio, comida caliente y un lugar donde dormir.
Hablo de ese sentimiento de 'pertenezco a' que hacía mucho tiempo que no notaba.

Me había roto en exceso para los pocos años que llevaba vividos. A veces, no nos pesa el tiempo, ni los años, sino los daños.
Y te aseguro que a mi ya ni me dolía. Simplemente acarreaba con ellos, como quien lleva una pesada cargar tras de sí y no pregunta ni como ni porqué, sino que la asume y la lleva consigo toda la vida.
Así me sentía yo. Derruida, pero a trozos recompuesta.
Pero entonces le conocí. Supongo que es lo que se dice.

'Estaba rota hasta que le encontré.'

Pero es cierto. Lo estaba.

Y te juro que por un fugaz y efímero momento que se prolongó años, pensé que ya no volvería a sufrir. Que había encontrado mi sitio. Que por fin, todas las piezas encajarían, y yo ya no me sentiría más como el muñeco desfasado. Como el juguete roto.
No sabes cuán equivocada estaba.
Pero no hablemos ahora de eso.

Recuerdo la primera vez que me miró. Yo era vergonzosa, como siempre suelo ser cuando alguien traspasa mi barrera, aún haciéndolo sin querer.
Recuerdo la manera en que estudió mi posición, como preguntándose porqué estaba ahí de pie, a escasos metros de distancia, mirándole con curiosidad y miedo.
Te prometo que no era la primera vez que un chico me miraba, pero sí la primera que me hacía sentir de ese modo.
El corazón se desbocó, y yo pensaba que todo aquéllo era una absoluta locura, pues ni siquiera sabía su nombre y ya tenía ese poder sobre mi. El poder de hacer que mi corazón se medio saliera de la caja torácica.
Mis amigas estaban ahí conmigo, observando también al nuevo chico del vecindario. Supuse que a todas les pareció guapo. Lo era.
Pelo oscuro, negro azabache como la noche. Ojos verdes, felinos, casi atigrados, llenos de curiosidad, pero también de secretos. Un cuerpo delgado, grácil, y una postura firme y a la vez resuelta, como quien sabe que tiene potencial pero no lo saca porque no le es necesario.
Era perfecto, y supuse que todas ellas pensarían lo mismo.
No me equivocaba.
A su paso, todo eran murmullos al estilo de 'qué guapo es', '¿te has fijado en qué culo tiene?', 'es el chico más guapo del barrio, o del pueblo', 'creo que me acercaré, y le diré que...'.
Y aunque todo lo que decían era más que evidente, yo sólo podía fijarme en la manera en la que me había mirado, y en como en ese momento, miraba al suelo como si no quisiera ver más allá.
Me sentía, una vez más, como la chica que no se detenía a comentar lo superficial, lo que a simple vista, era lo único que quedaba.
Por eso, una vez más, no compartí mis pensamientos con nadie.
Me guardé para mi todo aquéllo que en ese momento, golpeaba mi cabeza queriendo salir a la superficie.




Prólogo. Eres el caos de mi desorden.

Amor: sentimientos de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno.


Dicho así, no parece gran cosa, ¿verdad?


Y sin embargo, la gente ha vivido y muerto por el. 
Ha comenzado guerras, sacrificado vidas, aplacado luchas...
Se han cometido verdaderas e inmensas locuras en el nombre del amor.
Las personas se han destruido unas a otras por su causa. Se han arrancado el alma, han marchitado su propio corazón. 
Muchos de ellos, se han quedado solos.
El miedo a perder es el que siempre, al final, nos hace perderlo todo.
Y aún así, aún... Aún cuando estamos solos, abandonados a una soledad infligida por un corazón roto, lo anhelamos.
Echamos de menos ese amor puro, ese amor que todo lo puede y que, en realidad, ahora nadie es capaz de sentir.
¿Cuándo dejamos que el egoísmo prevaleciera?
Cuando le dijimos adiós a la magia, a ese sentimiento de "no hay un 'sólo tú' ni un 'sólo yo'. Hay un 'nosotros'. Un 'nuestro'. Siempre fue un 'nuestro'."
Ahí fue cuando le dejamos ganar. Cuando dimos por perdido el juego.
El amor.
El jodido y amargo amor.
El maravilloso y magnánimo amor.
El poderoso, a veces, pretencioso, angustioso y doloroso amor.
"Sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno."

Dicho así no parece gran cosa, ¿verdad?